sábado, 1 de mayo de 2010

Te queri­a, lo se.


Te queri­a, lo se.
Lo supe luego, cuando tu ausencia reposo mi sangre.
Pero andaba la lepra del deseo tan ai­na en el labio
que iba a decir -estrella-,

y se trocaba en madrugada de coñac y sombra…
Y ahora que vuelve el viento de las cinco
a levantar castillos en mi frente,
y las nubes de otoño arremolinan tu recuerdo
en el cuenco de mi mano,
necesito vestir mi voz de tarde
con citas y alamedas de domingo,
para decirte, amor, como te quise,
como te quiero todavi­a,
aunque se que mi voz ha de perderse
en el largo sahara de tu olvido…

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